Cumpleaños

Esa mañana sonará el teléfono temprano con la voz de mi madre que siempre es la primera en saludarme, no importa dónde esté yo o dónde esté ella.
Por años, he imaginado cómo sería el mejor cumpleaños, la mejor celebración, la mejor de las frases escuchadas o incluso, aunque de verdad no los espero, el mejor de los regalos. Ya podría haber nacido a primeros de mes, cuando toda la gente está recién pagada, al menos los que ostentan un trabajo, pero no, me decidí a nacer un día 25, preciso para haber escuchado siempre que no había dinero para celebraciones, acaso una merienda con algunas amigas, pero siempre muy distinto a lo que imaginaba. Por ello, dejé de imaginar, dejé de desear cumplir años y a pensar que si pudiese pasar desapercibido, cuanto mejor, más ahora, en que me miro al espejo y mi cara y cuerpo delata lo que no siento.

Para la mayoría de las personas, este ha de ser un día maravilloso, para los más pequeños, uno de los más esperados, para mí, no lo sé, uno más de 365, al menos eso creo.

De todas formas, haré un brindis por mí, por la niña que fui y que aún me gusta ser, por la mujer en que me he convertido, por mis 36, por todo lo que he hecho y me falta por hacer, por las “líneas de expresión” que comienzan a aparecer, por las canas que afortunadamente no están y espero no ver. Un brindis por ver si asumo que me llamen señora en la tienda, por los vaqueros y chanclas planas que llevo a diario. Un brindis por los cuatro besos de la mañana y la tarta que hacía mi madre, por este primer cumpleaños sin papá, por las llamadas que habrá y las que no, por el CD que este mes tampoco me compré y por tu esperado abrazo, tus manos regalándome una caricia y tu frase del día que seguro me hará reír.