Habitualmente y, pese al poco tiempo de que dispongo para ello, suelo darme un momento para amigarme con un libro, bueno o malo, pero que me libere de la rutina y de los pensamientos negativos que por temporadas me invaden. Una buena amiga, me ha prestado dos ejemplares de novelas que han cumplido con el objetivo; tardé menos de una semana en terminarlos, pero he quedado con ganas de más... por ello, llegó el tercero. Me dispuse a continuar con mi terapia literaria, sin embargo, no pude continuar. Un tal Galcerán de Born, caballero de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén y, por motivos que desconozco, ha desviado mis pensamientos hacia un aromo, un gran y aromático aromo.
Recuerdo que desde la habitación de mis padres del departamento que tantos años habitamos, se podía ver la plaza del barrio. Una con jardines y césped, incluso con árboles muy grandes que albergaban los cientos de juegos de mi infancia, con sus bancos y monolito, en donde de izaba el pabellón patrio para el 18 de septiembre. Alguna vez escuché, que mi padre había tenido algo que ver con la imagen que esta plaza tenía, y eso me hacía sentirla un poco mía... La plaza del barrio estaba rodeada por algunos edificios de cinco pisos, incluido el mío, de esos que nunca tuvieron sus días de gloria, unos rojos, donde vivía me mejor amiga y los verdes, donde vivía yo. Sin duda, fue esta en la que viví preciosos momentos, los juegos masivos del corta cadena, el tren loco, buenos días mi Rey, a la pelota, al tombo..., y ya haciéndome mayor, aquellos a los que la oscuridad de las noches de verano, daban un color luminoso y cálido.Pero era en aquella esquina de la plaza, donde mis recuerdos se detienen. Plantado por no sé por quién y no sé cuándo, un enorme aromo al que algunos se atrevían a escalar, excepto yo, cuyo olor inundaba el barrio, invadía las habitaciones de los departamentos, disimulaba el olor nauseabundo de los tarros de basura, y se dejaba alabar gratuitamente por todos los habitantes sin mezquindad y orgulloso, altivo, ofreciéndonos la sombra necesaria para emprender la batalla del corre la vieja, o la oscuridad para hablar de los muchachos sin ser vistas por nadie.
Llevo tres días tratando de leer este nuevo libro, Iacobus, pero no puedo, cada vez que llego a la primera página después del prólogo, viene a mi memoria ese enorme aromo, cuyo olor casi puedo percibir. Quisiera poder volverlo a ver algún día. Cuando tenga una casa, de seguro planto uno mi jardín, para que invada mi habitación y mis recuerdos.
2 comentarios:
Yo tambien tengo recuerdos de esa casa, donde podía llegar y me trataban bien, de los juegos electronicos de la esquina...de la mejor amistad que tuve en mi infancia.
Un abrazo.
Y yo amiga, esta distancia me está poniendo muy nostálgica...
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