En estos días, me ha dado por echar un vistazo a los albumenes de fotografías, los de hace años. Se agregaron a esta sesión de recuerdos y nostalgia los niños, haciendo de cada fotografía vista una historia... ¿quién es?, ¿por qué está así o ahí?, ¿ese es mi cumpleaños?, ¿de qué sabor era la tarta?.
Entonces agradecí a aquellos hombres como Niepce, Mandé Daguerre o Fox, quienes dedicaron su tiempo y creatividad a este gran invento, la fotografía. Me dí cuenta, lo importante que resultan para mí los recuerdos y, que quizás, demasiadas veces al día están en mi cabeza.
Cuando llegó la niñera, se entusiasmó con nuestra charla y se sumó a ella, disfrutando al parecer, con ésta limpieza del ático cerebral. Allí, la vida que tiene un nombre hermoso, se encargó de darme una buena lección: La muchacha dijo: "que bonito todo lo que hay en las fotos, tenéis cara de felices..." En cosa de segundos, la balanza de los hechos comenzó a funcionar, los recuerdos que yo quería que aparecieran, lo hicieron, las casas en que vivimos y convertimos en hogares, el patio con césped y ese olor a tierra húmeda de las mañanas, la familia, los viejos, los niños y sin quererlo, de mi boca salieron palabras necias como decir que "entonces, éramos felices". ¿Es que nuestra felicidad dependía de cuan cerca o lejos estuviesen aquellas personas o peor aún, esas cosas que recordaba a diario o aquellas que podía ver de vez en cuando en las fotografías?.
Vicente, tiene 9 años recién cumplidos, es un petardo, pero su amor por nosotros y todos los suyos le sale por los poros y lo plasma en sus canciones que inventa mientras se ducha, o en sus dibujos llenos de colores con los que empapela los muros de casa, en los besos de cada día que luego de limpia con la mano... De soslayo, vi su cara que me miraba extrañado, lo más probable, pensando en lo que me había oido decir. No lo dudó, cerró el álbum, de paró frente a mí y me dijo: "ahora también lo somos mami, yo lo soy, ¿es que tú no lo eres?..."
Supongo que comprendí de qué iba eso que alguna vez escuché de que la sangre se hiela y paraliza, pues eso fue lo que sentí... Mi hijo es feliz y me pregunté por qué, si no le podíamos dar ni la mitad de lo que soñamos, ni la mitad de los recuerdos, pero eso es con lo que nosotros soñamos, lo que nosotros recordamos...
-"¿tú eres feliz hijo?"
-"¡claro!, ¿por qué no?"
¿por qué no? - vaya lección- ¿por qué no serlo?
Siempre hablé de que la felicidad era una forma de vivir y no una meta, que las cosas simples nos vuelven gigantes y que lo más importante era el amor que sentimos, el que damos, el que recibimos. Me descubrí absurda cuando cada mañana añoro a aquellos que están lejos, añoro mi jardín con tulipanes y la nieve de la montaña que no puedo ver...
Callé, respiré profundo y no pude hablar. Mi felicidad no estaba lejos de allí, en las carcajadas que se produjeron, al parecer, por una foto del pequeño durmiendo a medio vestir rendido de cansancio. Mi felicidad estaba en ese momento por poder estar allí, sentada con mis hijos que se sienten felices, no por lo que tienen, esas cosas son de adultos, si no porque se saben amados.
- Pues sí Vicente, soy feliz-
2 comentarios:
precioso, boga, eso es aprender de quienes son más sabios que nosotros, precioso tu escrito. lleno de paz, en fin, de
amor
Sabio, esa es la mejor forma de hablar de tu hijo, ellos son sabios porque nos obligan a mirar aqui y ahora, apesar de nuestros deseos de mirar al pasado o a la "otra orilla"
Publicar un comentario